Perú es un país místico. La cuna del Imperio Inca, arrasado por los españoles durante la conquista de América, posee un legado histórico y arqueológico inigualable en toda América Latina. Leyendas de ciudades perdidas, tesoros por encontrar, la mítica Machu Picchu y las extrañas líneas de Nazca son solo algunos de los ejemplos. Sin embargo, la naturaleza también juega un papel primordial: selva amazónica, desiertos, interminables playas bañadas por el Pacífico y las montañas de los Andes, columna vertebral de Sudamérica.
En la zona de Ica y la península de Paracas se combinan naturaleza y misticismo para disfrute del viajero. Sin embargo, con la cantidad de focos importantísimos de turismo que posee Perú, son dos destinos que suelen pasarse por alto. Mucho mejor para el que va a visitarlos.

El oasis de Huacachina, Ica

Cuando te bajas del autobús en la estación principal de Ica, parece imposible que un oasis de paz y quietud se halle a tan solo 5 kilómetros de allí. El centro de Ica es ruidoso y caótico, como cualquier ciudad peruana que se precie. No te preocupes, no necesitas pasar aquí ni un minuto más.
Cualquiera de los tuk-tuks que esperan a las afueras de la estación podrá llevarte hasta el oasis de Huacachina. Llegarás en menos de 15 minutos.
Dejando atrás Ica, la arena del desierto comienza a intentar invadir la carretera, pero el asfalto logra, a duras penas, llevarte a un pequeño oasis donde casas bajas aparecen rodeando una laguna de aguas verdes. Altas dunas se levantan entorno a él, parapetándolo y aislándolo de la vida exterior.
Puedes alojarte a buen precio en cualquiera de los hostales que jalonan sus tranquilas calles. La mayoría cuentan con piscinas donde relajarte durante las horas de máximo calor, pero tampoco importa demasiado porque lo que te pedirá el cuerpo es adentrarte en el cercano desierto.
Hay unas cuantas agencias turísticas en Huacachina que ofrecen excursiones en grandes buggies. Los vehículos son rápidos, muy maniobrables, potentes y grandes, pudiendo llevar hasta 8 o 10 personas cada uno.
Alquilamos uno de ellos y nos adentramos en las arenas del desierto. El piloto era una especie de lunático que accedía a todas las peticiones que le hacíamos. Locos por sentir la adrenalina, subimos y bajamos dunas a la velocidad del rayo, logrando sensaciones parecidas a las de una montaña rusa.
Tras media hora de conducción, nos adentramos en el desierto y pararon el motor. Entonces, el guía sacó unas tablas de madera, aplicó una especie de cera a sus bajos y nos dijo que subiéramos a la duna más alta y nos deslizáramos por ella montados en las tablas. A este tipo no se le discutía, así que lo hicimos.
El sandboarding es una actividad realmente divertida. Puedes elegir entre tumbarte sobre la tabla o intentar «surfear» la duna de pie. Pero si lo haces en posición vertical, ten cuidado porque se producen muchas lesiones en las caídas.
Subimos y bajamos dunas con nuestras tablas durante un buen rato. Emocionados como niños y muy cansados regresamos a los vehículos para buscar el mejor lugar desde el que contemplar el atardecer.
Los desiertos son mágicos. La quietud es casi absoluta y no se oía absolutamente nada mientras contemplábamos cómo el sol se hundía detrás de las dunas. Estas cambiaron de color según lo hacía la luz, hasta volverse casi violetas, como si fueran de otro planeta. Durante el camino de vuelta al oasis nadie hablaba. Sumergidos en nuestros propios pensamientos, dejábamos que la noche nos envolviese en aquel rincón oculto al mundo.
Cuando regresas a Huacachina, te vuelves a abrir y disfrutas con el resto de viajeros de buenos cócteles en los bares del oasis. Puedes quedarte aquí los días que quieras, aislado de todo. En Huacachina no existe el tiempo.

Península de Paracas e Islas Ballestas

A tan solo una hora de autobús de Ica se encuentra la península de Paracas, declarada Reserva Nacional en 1975 por su gran riqueza medioambiental.
Para explorar la península y las islas Ballestas (incluidas en la Reserva Nacional) se puede optar por contratar un tour en la cercana ciudad de Pisco pero os recomiendo que os alojéis en el Chaco e intentéis organizarlo todo allí. Desde esta pequeña población costera parten las lanchas que realizan el tour por las islas y es un lugar totalmente tranquilo, al contrario que la conflictiva Pisco. La península de Paracas se puede recorrer contratando un tour en coche.
Paracas es un auténtico desierto salado. La capa superficial de las dunas que encontrarás se encuentra endurecida por la sal, pero eso no impidió que «alguien» dibujara un gigantesco candelabro en una de ellas. El candelabro es un jeroglífico que los lugareños explican de distintas maneras. Algunos defienden que lo dibujaron unos piratas ingleses, pero otros prefieren apoyar teorías similares a las de las famosas líneas de Nazca. Es decir, que los extraterrestres tuvieron algo que ver. Elegid aquella que os parezca más interesante.
La siguiente parada es Lagunillas, el único lugar donde se levantan unas pequeñas casas construidas por el hombre. Y es que Paracas te da la sensación de ser un terreno virgen donde puedes sentir la naturaleza en estado puro. Desde la formación de piedra de la Catedral, un acantilado que se asoma a 100 metros sobre la superficie del mar, veréis la islas Ballestas.
Estas islas solo se pueden visitar en las lanchas turísticas autorizadas para ello.
Las Ballestas son como las Galápagos, pero en miniatura. Centenares o miles de leones marinos, cormoranes, pelícanos y otras aves se agolpan en sus rocas, creando un espectáculo digno de un documental de National Geographic. El ruido de los graznidos, mientras intentaba captar con la cámara una escena que no he vuelto a ver jamás, era ensordecedor. El reino animal en su máxima expresión. Te sientes como un auténtico intruso o no.
Perú es un país que esconde grandes joyas como estas. ¿A qué esperas para visitarlas? Eso sí, recuerda que tendrás que pagar en nuevos soles, que es la moneda de este país. Cámbiala con Global Exchange.